Esta mañana compartí en la U N Sa un panel escuchando a viejos militantes litigantes en causas de derechos humanos. Fue durante un acto conmemorativo del 10 de diciembre. Me refiero a los compañeros David Leiva y Elena Rivero. Quedé impactado de la claridad conceptual del enfoque con el que no puedo dejar de coincidir, como parte de mis propias síntesis de vida en este transcurrir argentino buscando yo siempre; un gobierno popular sobre los cimientos nacionales de memoria, verdad y justicia.
Pensaba con ellos que el desafío contemporáneo para los organismos de derechos humanos reside en que nuestros discursos tradicionales se han agotado, dejando a las nuevas generaciones distanciadas de su experiencia histórica. En este contexto, necesitamos contestar al negacionismo con inteligencia, ya que el gobierno nacional utiliza un discurso relativizante sin negar totalmente la verdad de los procesos de exterminio y violencia a manos del Estado ocurridos en Argentina, porque después de los juicios de lesa humanidad nadie les creía. Este relativismo se manifiesta a través de publicaciones y videos que buscan interpelar a la sociedad, intentando justificar las acciones del aparato represivo sobre sectores que dicen haber sembrado un terror que perdura en el tiempo. Los llaman guerrilleros, zurdos, kukas, comunistas, entre otros modos. Tal vez es un error seguir planteando el "Terrorismo de Estado". Porque les facilita a los negacionistas un interrogatorio sobre la existencia de un "terrorismo insurgente" y desvirtúa la verdad al sugerir la necesidad de juzgar a las organizaciones armadas. Esas organizaciones político-militares insurgentes nunca tuvieron el monopolio real y concreto del uso de la fuerza en Argentina, a diferencia del Estado. Además, sus acciones no eran actos de terrorismo indiscriminado dirigidos a la población civil, sino que elegían un blanco específico dentro del sector opositor. En este tiempo de la batalla cultural es necesario entonces, enfocarse en el concepto de Genocidio, entendido como un proceso histórico que comenzó incluso antes de 1976 y que tuvo como objetivo producir una transformación profunda en la sociedad argentina. Es un plan que desde su origen buscó eliminar la solidaridad para instaurar el individualismo como valor supremo y ha sido muy exitoso. Tanto que la sociedad actual y la subjetividad de los jóvenes está moldeado por el proyecto genocida. Al hablar de los 30.000 desaparecidos yo quiero enfocarme en adelante en pensar no solo en las víctimas mortales, sino también en las personas que transitaron por los centros clandestinos de detención y en los hijos que presenciaron los secuestros de sus padres o estuvieron expuestos a los operativos, como yo tantos de mi generación.
El Presente y la Necesidad de la Movilización Social
Pensaba con ellos que el desafío contemporáneo para los organismos de derechos humanos reside en que nuestros discursos tradicionales se han agotado, dejando a las nuevas generaciones distanciadas de su experiencia histórica. En este contexto, necesitamos contestar al negacionismo con inteligencia, ya que el gobierno nacional utiliza un discurso relativizante sin negar totalmente la verdad de los procesos de exterminio y violencia a manos del Estado ocurridos en Argentina, porque después de los juicios de lesa humanidad nadie les creía. Este relativismo se manifiesta a través de publicaciones y videos que buscan interpelar a la sociedad, intentando justificar las acciones del aparato represivo sobre sectores que dicen haber sembrado un terror que perdura en el tiempo. Los llaman guerrilleros, zurdos, kukas, comunistas, entre otros modos. Tal vez es un error seguir planteando el "Terrorismo de Estado". Porque les facilita a los negacionistas un interrogatorio sobre la existencia de un "terrorismo insurgente" y desvirtúa la verdad al sugerir la necesidad de juzgar a las organizaciones armadas. Esas organizaciones político-militares insurgentes nunca tuvieron el monopolio real y concreto del uso de la fuerza en Argentina, a diferencia del Estado. Además, sus acciones no eran actos de terrorismo indiscriminado dirigidos a la población civil, sino que elegían un blanco específico dentro del sector opositor. En este tiempo de la batalla cultural es necesario entonces, enfocarse en el concepto de Genocidio, entendido como un proceso histórico que comenzó incluso antes de 1976 y que tuvo como objetivo producir una transformación profunda en la sociedad argentina. Es un plan que desde su origen buscó eliminar la solidaridad para instaurar el individualismo como valor supremo y ha sido muy exitoso. Tanto que la sociedad actual y la subjetividad de los jóvenes está moldeado por el proyecto genocida. Al hablar de los 30.000 desaparecidos yo quiero enfocarme en adelante en pensar no solo en las víctimas mortales, sino también en las personas que transitaron por los centros clandestinos de detención y en los hijos que presenciaron los secuestros de sus padres o estuvieron expuestos a los operativos, como yo tantos de mi generación.
Este día me sirve para pensar también que no es necesario que un gobierno llegue por un golpe de estado para ser autoritario y desaparecedor de personas. Hace varios meses que quienes transitamos por organizaciones de derechos humanos venimos advirtiendo los múlitples rasgos fascistas del gobierno nacional que se extiende en las provincias. Como el caso del recrudecimiento de las muertes en custodia de la policía de Salta y las detenciones ilegales. Son hechos comparables a los regímenes autoritarios y al nazismo, los cuales han comenzado a dar frutos represivos. Un ejemplo es el protocolo de Patricia Bullrich, calificado por los organismos como inconstitucional, represivo y fascista. O la construcción del enemigo interno. Si para la dictadura el enemigo era la "subversión apátrida, materialista y atea", para el gobierno actual mutó de "la casta" a los periodistas y, en general, a todos los sectores que se oponen a su plan, llegando a ser potencialmente el 80% de los argentinos. Y qué decir de la degradación de la justicia, con jueces que avalan las políticas represivas y de ajuste, a pesar de los innumerables recursos de inconstitucionalidad presentados.
Frente a esto quiero recuperar la enseñanza de las Madres y
Abuelas de Plaza de Mayo: la necesidad de estar en la calle, porque los modelos
de gobierno se modifican no tanto con tratados académicos sino con la gente
movilizada. Por ahora, gana la estrategia de fragmentación y ataque rápido y
sistemático a todos los sectores. Espero el tiempo en que el campo popular
incorpore estrategias similares. No puedo dejar de mencionar la perspectiva
internacional y la conciencia antiimperialista que nos hace falta recuperar
entre las nuevas generaciones obnubiladas por la conectividad y la vieja
promesa del derrame de los beneficios que EEUU dará al mundo.
Finalmente, si las derechas del mundo utilizan la
fragmentación como arma estratégica, nuestra respuesta debe ser la construcción
de herramientas que reviertan el individualismo impuesto. La tarea
impostergable del campo popular es construir la unidad necesaria, combinando la
reflexión académica con la movilización en la calle, para poder hacer frente a
un gobierno que exhibe rasgos represivos y autoritarios. Y evitar que se
consolide una narrativa que distorsiona la historia y legitima la violencia
estatal, aprendiendo de las luchas pasadas y enfocando la acción política en el
presente. Reconociendo y dando un lugar central a los militantes que
sobrevivieron a la dictadura y que hoy forman parte de esa generación que está
muriendo.


